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La casa de la calle Arcos

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«¿Cuándo comienza una historia familiar?, ¿cuándo se empiezan a armarse sus hábitos, sus gustos, sus alianzas o deslealtades, sus tabúes?; ¿cuándo y cómo se develan los secretos?».

El trasvasamiento de cada árbol incluye abuelos (y aún más allá, ancestros) delimitando el territorio; diagramando los patios interiores, los juegos que pierden la inocencia y pueden llegar a ser feroces.

En el trayecto, la arteria original se desborda, y late la verdad. La sangre entre los gestos que se reconocen, entre los hábitos y los sueños. Los genes aseveran: algún signo físico está visible para que los sentidos puedan confirmar.

Anamora Morawetz describe la casa y la cuadra y el barrio; y en ellos reverbera el mundo. La memoria no desfallece, y recupera el silogismo. La historia de Dodó es íntima, pero abarcativa; de ritmo sostenido y musical. La voz narrativa es aparentemente confesional, pero la inclusión de diversos puntos de vista (diarios personales, cartas, secuencias oníricas, diálogos) habilita la multi-referencialidad, y el retorno (aparentemente de soslayo, pero no) a una época dolorosa de nuestro país.

…»Es un pasillo por donde va y viene la genealogía. Cada lector podría reconocerse en algún personaje; o en alguna zona de ellos. Y el excluido está más presente que cualquiera».

La autora cuenta con la soltura de la oralidad; pero también con la exhaustiva meticulosidad de una escritura autónoma y decididamente personal. Su texto es evocativo, puntiagudo, certero, costumbrista. Satinado y sensual. Hasta cruel. La anagnórisis llega o no llega. Se supone o se sospecha. Pero la autora calla. No define, no cierra las posibles lecturas, no juzga. Permanece en latencia, en la sabia serenidad de un observador. Aunque elija para su personaje central una voz en primera persona. Hallazgo que permite adivinar la emocionalidad que suscribe.

«Estoy en el sótano de la casa de la calle Arcos. Sobre el barril de vino está parada una mujer, espantapájaros. De las manos le cuelgan hilos. De uno de ellos estoy atada yo», dice la protagonista. Que los suelte, que los suelte, deseamos. Y eso queda por saberse. Es parte del secreto. La textura del relato se sostiene en su cañamazo. Crece poéticamente si es necesario. Ha de bordar el nombre. Ha de resignificar las ausencias, tal vez.

LIBRO CON DEDICATORIA Y FIRMA DE LA AUTORA.

CONTRATAPA ESCRITA POR ANA GUILLOT.

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AUTOR

Anamora Morawetz

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