Rebecca huyó de Portugal en 1805, ante la negativa de volverse a casar por conveniencia y luego de haber enviudado muy joven. Desesperada por la angustia que le provocaba la incertidumbre de su futuro, se refugió en una América convulsionada por las ansias de independencia y libertad. Desembarcó en aguas brasileñas y se involucró con temerarios hombres del comercio ilegal, activando un engranaje de aventuras inigualables.
Seducida por Mc Taylor, un apuesto corsario que ejercía sobre ella una atracción irrefrenable, se convirtió en fugitiva de la ley para escapar junto a él. Sin embargo, la esperaba un rumbo errante de pasiones e intrigas, la suave oscilación entre el miedo de perderlo todo y la ambición de conquistar su propia libertad.
“Y allí se encontraba otra vez, frente a las puertas que decidirían su destino. El sonido de las campanas de la capilla del Castillo de Santa María de Feira la sobresaltó. No quería abrir los ojos. Desconocía al hombre que encontraría del otro lado. ¡Qué más daba! Si había escapado una vez, podría volver a hacerlo cuando le diera la gana”.
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